La concejala me pide facilitar un espacio ciudadano que, me dice, tiene mucho potencial. Trabajo en un diseño original: qué somos, qué queremos ser. Llego. Repasamos los objetivos del espacio. Empiezo a oir voces y se forman conversaciones paralelas que me llaman la atención. 🙄
Les invito a compartir lo que llevan y me comentan que “no sabían a lo que iban”, creían que era el encuentro mensual para hablar de aspectos organizativos y operativos. Pido si todos comparten esa sensación y asienten. 😯
Me quedo en blanco. Y ahora, ¿qué hago? 😶
Me vienen prejuicios: 👿 “esta gente no está acostumbrada a que les pidan lo que quieren ser, sólo quieren que la concejala les diga cómo será”, “están en la cultura de la queja y poco en la cultura de la propuesta”…
Observo cómo me están limitando estos pensamientos. 😣 Me veo frágil, me siento agotada. Necesito una pausa. Les digo que necesito dos minutos. Salgo. Estoy en blanco! ¡Terror! Respiro. Me cuido. Siento el campo. Me viene la frase “soltar para dejar venir…” Y me llega información. 💡
Vuelvo. Decido soltar lo que había preparado: “¿Entonces, que vienen a hacer aquí? ¿de qué necesitan hablar? ¿qué temas tienen fuerza en este grupo?” Allí surge todo.
La #facilitación de grupo requiere un compromiso con el #campo, con estar presentes, casi al estar en estado meditativo/alfa, con el #fluir de lo que lleva el grupo, soltando los prejuicios (que llevamos) y poniendo nuestro rol de facilitación en el #servicio del que surja, de algo mayor que nosotros.
